Como una película. Un film de esos que siempre tienen un final feliz. Donde hay héroes y villanos, buenos y malos. Una historia para contar... una vida para no olvidar.
El primer cuadro encuentra a un hombre corriendo dejando atrás el pensamiento y las ataduras de un lugar de pertenencia, buscando la gloria que poseía aquel objeto que descansaba en la mitad de cancha. Acto seguido, plano detalle de su diminuto pie izquierdo impactando con decisión un balón. Imágenes en color sepia se abren paso del contacto con el esférico. Una instantánea de aquellos sueños de temprana edad, edificados en la tierra colorada y caliente de un país que le dio un nombre y con el tiempo, él mismo le dio su apellido como sinónimo al mismo país.
Vista panorámica de la pelota esquivando con destreza un obstáculo de vestimenta oscura, mientras se eleva sin permiso alguno del mismísimo cielo. Fundido monocromo de un tiro desde el punto de penal, corriendo montado en la euforia para ir en busca del abrazo de esas miles y miles de almas que confundidas entre el frío y la dicha buscaban ese abrazo también.
Flashes, destellos de luz acunando el ruedo sostenido por el viento, el valor agregado por el corazón, el instinto ganador en la respiración. Allí va el balón surcando la atmósfera mientras el Amalfitani se funde en un silencio entre nervioso y ansioso.
Allí se superponen planos de festejos de puños apretados, recorriendo un continente que caía a sus pies, haciendo un hueco con su cuerpo para guardarse otra pelota ante la mirada atónita de muchos, para la locura eterna de todos. Para vestirse de sueño americano. Para viajar buscando oriente y volver con una vuelta al mundo.
Ahí están sus ojos, como dos balas de acero negro contemplando con ansias y deseos la trayectoria soñada de la redonda que caprichosa continuaba con su viaje de destino anunciado. Salpicando la memoria, vueltas y más vueltas, goles y más goles, hazaña tras hazaña. Infierno y paraíso, todo en un mismo lugar.
Desesperado otro hombre ve venir el impacto confundiendo en el camino el recorrido anudando su suerte entre sus piernas, besando la lona. La suerte de esa pelota ya estaba echada. Tenía destino a historia. Una historia grande de idas y vueltas. Un final feliz acunado en el fondo de la red donde descansa el esfuerzo y florece una parte importante de la euforia.
Imágenes de un regreso. Instantáneas de una despedida sin razón de ser. Porque nunca se despide, nunca se marcha al que nunca se lo olvida.
Ahí entonces va corriendo, ese hombre de pies precisos y pequeños, de corazón valiente y enorme, con los brazos abiertos una vez más, con la boca llena de ese grito que comúnmente llaman gol, encontrando en el suelo boca abajo la sentencia justa y merecida de gloria. La certeza de quedarse a vivir para siempre en la historia.
La seguridad de ser... sin la necesidad de ser nombrado, José Luis Chilavert.
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