Buenos Aires, Jueves 8 de abril de 2010.
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio José Amalfitani).
¿Cómo arrancar a comentar un partido que después de sus noventa minutos te deja fuera de la lucha por el campeonato? ¿Cómo explicarlo, más aún, cuando te roban una vez más en la cara y desde el inicio para dejar en claro que hasta acá llegó Vélez? ¿Cómo encontrarle respuestas cuando Vélez no las tuvo en los 86 minutos de juego posteriores a la grosería total de Furchi? ¿Cómo, si encima Juan Sebastián Verón se fue de la cancha antes por una tarjeta roja y no supiste aprovechar esa baja? Preguntas y más preguntas que buscan sus respuestas.
Porque lejos de encontrarle certezas, este encuentro ante Estudiantes pasó por sensaciones que se hicieron lamentablemente comunes en las últimas fechas y que uno desesperadamente intenta sacarse de la mente, de la cabeza. No se puede conciliar la idea de verlo una vez más perder a Vélez; más allá de que se buscó mucho más que en las pasadas derrotas, pero con la misma venda en los ojos que te hace tropezar una y otra vez.
Era la oportunidad justa para sacudir a todos, con una victoria contundente, como la que estos grandes jugadores nos saben regalar. Era la chance justa y precisa para demostrar que este Vélez está más vivo que nunca; para ponerle certezas a un principio de incertidumbre; para recuperar la memoria. Frente al rival que se codea junto a Vélez por el cetro del mejor del Fútbol Argentino; con todos los titulares de ambos lados. Todos los condimentos fuertes para hacer de una jornada la resurrección de Vélez y quién te para después.
No pasó. No sucedió porque muy directamente la mala intención de un tiempo a esta parte de Rafael Furchi para con Vélez hizo lo suyo. Porque cuando el equipo de Ricardo Gareca había arrancado con todo el partido, llevándose por delante a los de Alejandro Sabella; el juez miró para otro lado cuando Gastón Fernández le ponía la mano al balón para que ingrese al arco de Germán Montoya. Porque es el mismo Furchi que fechas atrás tuvo una tarde nefasta precisamente ante Vélez en Parque Patricios. Vaya que coincidencia. Las dos derrotas polémicas de Vélez en el Clausura lo tuvieron de protagonista a este juez que no da la media siquiera de un arbitraje devaluado. Pero no estuvo solo en esta. Hernán Maidana, el asistente número uno, también se hizo el distraído. Pensar que será uno de los líneas que nos represente en el Mundial de Sudáfrica. Marche mucho más que un Telebeam. Por dios, me da escalofrío.
Desde ese minuto se plantea una nueva duda. ¿Cuánto condicionó el pésimo arbitraje de Furchi y cuánto influyó la falta de ideas de Vélez? Las dos cosas tienen que ver y mucho. Porque desde ese fallo injusto, el partido a Furchi se le fue de las manos y el Fortín entró en un nerviosismo total que no pudo controlar aún teniendo un hombre de más con la expulsión apresurada de Juan Sebastián Verón. A Vélez le faltó sangre fría para serenarse y explotar esa gran ventaja que le presentaba el partido más allá de ir abajo en el marcador. Todo lo contrario.
Impreciso, nervioso, con niveles muy bajos; pero con lo mucho que le alcanzó para acorralar a un Estudiantes que agarró el libro de su historia y se metió acurrucado junto a Agustín Orión a aguantar todo lo que venga de acá o allá. El equipo de Liniers mostró niveles muy bajos que para un equipo es suficiente. Zapata trasladó mucho y se cercaba la salida; Moralez intentó mucho y pudo jugar poco; Somoza fallaba en las puntadas; Silva luchó más de lo que pudo jugar; todo Vélez era eso, un concierto de intenciones no concretadas. Ni siquiera los cambios rápidos que ensayó Gareca pudieron revertir la historia o cambiar el trámite del juego. Encima, en ese nerviosismo sistemático, Zapata se fue a las duchas por soltar la boca. Llovía sobre mojado. Cada vez más se alejaba la chance de seguir con vida, no solo en el encuentro, sino también en el Clausura.
Así se fue el partido. Con la falsa seguridad de que por más que se insista el resultado no iba a cambiar. Después llegaría el reconocimiento de Sabella de haberse cuidado por demás, producto de la impronta que tiene este Vélez. Esa personalidad que refleja en los demás y parece haber olvidado en su lista de confianza. Porque a Vélez le falta eso en estas fechas, convencerse.
Hoy duele la derrota porque te deja fuera de uno de los focos preciosos en el año centenario, más allá de que el gran objetivo sea la Copa Libertadores de América que te tiene más que bien. Pero duele, molesta, rompe ver a Vélez despedirse en la 13º fecha de un campeonato, por más que la matemática te de con vida. Esa es la sensación.
Porque Vélez tiene que levantarse. Corregir, barajar, dar de nuevo. Este equipo tiene todo para ser campeón pero necesita despegarse rápido de esta racha negativa. Debe demostrar esa confianza que tenemos todos en este plantel. Esa ilusión que nos llevó a copar la Rivadavia el primero de enero; esa grandeza que ellos mismos nos enseñaron a alimentar. Podrá haber perdido una vida, pero nunca nuestra confianza. Vamos Fortín.
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio José Amalfitani).
¿Cómo arrancar a comentar un partido que después de sus noventa minutos te deja fuera de la lucha por el campeonato? ¿Cómo explicarlo, más aún, cuando te roban una vez más en la cara y desde el inicio para dejar en claro que hasta acá llegó Vélez? ¿Cómo encontrarle respuestas cuando Vélez no las tuvo en los 86 minutos de juego posteriores a la grosería total de Furchi? ¿Cómo, si encima Juan Sebastián Verón se fue de la cancha antes por una tarjeta roja y no supiste aprovechar esa baja? Preguntas y más preguntas que buscan sus respuestas.
Porque lejos de encontrarle certezas, este encuentro ante Estudiantes pasó por sensaciones que se hicieron lamentablemente comunes en las últimas fechas y que uno desesperadamente intenta sacarse de la mente, de la cabeza. No se puede conciliar la idea de verlo una vez más perder a Vélez; más allá de que se buscó mucho más que en las pasadas derrotas, pero con la misma venda en los ojos que te hace tropezar una y otra vez.
Era la oportunidad justa para sacudir a todos, con una victoria contundente, como la que estos grandes jugadores nos saben regalar. Era la chance justa y precisa para demostrar que este Vélez está más vivo que nunca; para ponerle certezas a un principio de incertidumbre; para recuperar la memoria. Frente al rival que se codea junto a Vélez por el cetro del mejor del Fútbol Argentino; con todos los titulares de ambos lados. Todos los condimentos fuertes para hacer de una jornada la resurrección de Vélez y quién te para después.
No pasó. No sucedió porque muy directamente la mala intención de un tiempo a esta parte de Rafael Furchi para con Vélez hizo lo suyo. Porque cuando el equipo de Ricardo Gareca había arrancado con todo el partido, llevándose por delante a los de Alejandro Sabella; el juez miró para otro lado cuando Gastón Fernández le ponía la mano al balón para que ingrese al arco de Germán Montoya. Porque es el mismo Furchi que fechas atrás tuvo una tarde nefasta precisamente ante Vélez en Parque Patricios. Vaya que coincidencia. Las dos derrotas polémicas de Vélez en el Clausura lo tuvieron de protagonista a este juez que no da la media siquiera de un arbitraje devaluado. Pero no estuvo solo en esta. Hernán Maidana, el asistente número uno, también se hizo el distraído. Pensar que será uno de los líneas que nos represente en el Mundial de Sudáfrica. Marche mucho más que un Telebeam. Por dios, me da escalofrío.
Desde ese minuto se plantea una nueva duda. ¿Cuánto condicionó el pésimo arbitraje de Furchi y cuánto influyó la falta de ideas de Vélez? Las dos cosas tienen que ver y mucho. Porque desde ese fallo injusto, el partido a Furchi se le fue de las manos y el Fortín entró en un nerviosismo total que no pudo controlar aún teniendo un hombre de más con la expulsión apresurada de Juan Sebastián Verón. A Vélez le faltó sangre fría para serenarse y explotar esa gran ventaja que le presentaba el partido más allá de ir abajo en el marcador. Todo lo contrario.
Impreciso, nervioso, con niveles muy bajos; pero con lo mucho que le alcanzó para acorralar a un Estudiantes que agarró el libro de su historia y se metió acurrucado junto a Agustín Orión a aguantar todo lo que venga de acá o allá. El equipo de Liniers mostró niveles muy bajos que para un equipo es suficiente. Zapata trasladó mucho y se cercaba la salida; Moralez intentó mucho y pudo jugar poco; Somoza fallaba en las puntadas; Silva luchó más de lo que pudo jugar; todo Vélez era eso, un concierto de intenciones no concretadas. Ni siquiera los cambios rápidos que ensayó Gareca pudieron revertir la historia o cambiar el trámite del juego. Encima, en ese nerviosismo sistemático, Zapata se fue a las duchas por soltar la boca. Llovía sobre mojado. Cada vez más se alejaba la chance de seguir con vida, no solo en el encuentro, sino también en el Clausura.
Así se fue el partido. Con la falsa seguridad de que por más que se insista el resultado no iba a cambiar. Después llegaría el reconocimiento de Sabella de haberse cuidado por demás, producto de la impronta que tiene este Vélez. Esa personalidad que refleja en los demás y parece haber olvidado en su lista de confianza. Porque a Vélez le falta eso en estas fechas, convencerse.
Hoy duele la derrota porque te deja fuera de uno de los focos preciosos en el año centenario, más allá de que el gran objetivo sea la Copa Libertadores de América que te tiene más que bien. Pero duele, molesta, rompe ver a Vélez despedirse en la 13º fecha de un campeonato, por más que la matemática te de con vida. Esa es la sensación.
Porque Vélez tiene que levantarse. Corregir, barajar, dar de nuevo. Este equipo tiene todo para ser campeón pero necesita despegarse rápido de esta racha negativa. Debe demostrar esa confianza que tenemos todos en este plantel. Esa ilusión que nos llevó a copar la Rivadavia el primero de enero; esa grandeza que ellos mismos nos enseñaron a alimentar. Podrá haber perdido una vida, pero nunca nuestra confianza. Vamos Fortín.
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