Buenos Aires, Sábado 13 de junio de 2009.
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio José Amalfitani).
De local y visitante. Acá o allá. Fuera o dentro. Como usted quiera decirlo mejor a su antojo. Este Vélez gana en cualquier cancha, aún cuando no juega en ella. Porque venía con toda la fe bien alimentada por el parate de Eliminatorias a este encuentro con Newell’s, pero el destino quiso que comience a resolver la cosa muy lejos del Amalfitani.
Allí, en el Viaducto de Sarandí, Arsenal hacía de las suyas y le arrancaba gritos de gol a un público velezano que estaba sediento de los propios, esos que no confirmados con las buenas nuevas que viajaban desde el Sur no se iban a demorar en llegar. Uno, dos, tres; la euforia de allá era tan nuestra acá que ya no importaba la distancia. Lógicamente, lo que si necesitaba este Vélez era la tranquilidad necesaria para liquidar acá, lo que se consumaba allá, lejos.
Porque lejos de inquietar cada grito de gol de arsenal con acento velezano, el equipo se tranquilizaba con el estallido de la gente en clara señal de que lo que sucedía en Sarandí era buena para todo Liniers. Entonces comenzó a pensar el juego este equipo de Ricardo Gareca, que la sabe lunga como desactivar los encuentros de esta calaña. En ese afán de llenarse de tranquilidad, aparecieron los Domínguez y Otamendi en el fondo; los Cubero y Zapata, en el medio; los Cristaldo, Moralez y López en la ofensiva. Todos madurando lo que tardó 39 minutos en llegar. Así, el grito de gol de allá encontró sustento acá; y ese grito sagrado se hizo tan nuestro, tan Vélez que ya no quedaban dudas del destino de una fecha que pinta linda, como la mejor mina del baile.
Allí, en un cambio de frente del juvenil Díaz (quien cubrió a la perfección la ausencia de Ponce) le ganó la espalda a todo el fondo leproso para habilitar a un Maxi Moralez que se escabulló en el área penal y que le dio un pase gol tan bueno a Rodrigo López, que hasta con pifia y molestado por el rival lo mandó al fondo de la red. Estallido de gargantas auténticamente velezanas. Sin otros motivos que los propios que brindaba un equipo sólido que sabe lo que quiere.
Desde ahí, el partido se volcó a favor del Fortín. Más cuando Bernardi se pasó de rosca en el reclamo al juez y vio la roja directa a poco del final de la primera parte. Bienvenido para Vélez que redondeó un primer tiempo con buenas luces y adornado con doble ración de frutilla al postre.
En el complemento se vio lo mejor de Vélez. Más tranquilo aún, se dio el gusto de ir de a poco a buscar el segundo gol; mientras que hacía lucir a cada uno de sus jugadores en un toqueteo infernal ante un equipo de Sensini que parecía no reaccionar nunca. Otamendi cortó todas, hasta las que no debía, ganándose ovaciones en medio del partido; palmas rojas y de pie para este gran jugador de Vélez que ya se proyecta internacionalmente con la selección. Zapata se desdobló en la marca y en la recuperación, confirmando definitivamente su condición de líder. Y si de líderes hablamos, qué decir del Poroto Cubero. Fabián entró al campo de juego al límite de amarillas y poco lo importó perderse tal vez el encuentro ante Lanús, porque no le hizo falta preocuparse; hizo un gran partido, el mejor de su producción personal en el campeonato. Maxi Moralez que demostró que este parate le vino más que bien para ser nuevamente la manija futbolística que Gareca necesita, y garabateó tantas veces quiso con la redonda. Papa fue y vino, tocó y jugó. Idem para Díaz. Razzotti se adueñó de todas y buscó el toque simple. Todos tan sincronizados y compenetrados hasta disfrutando del partido, que hasta pasó inadvertido el segundo tanto de la noche ya.
Maximiliano Moralez capturó una pelota mal rechazada por Rolando Schiavi dentro del área y no tuvo más que mover su cintura para despistar a Peratta y poner el balón tan alto dentro del arco como lo puso a Vélez en la cima del campeonato, a tan poco margen de la locura total.
Después, hasta este equipo se dio el gusto de pegarle un cachetazo a esos que dicen que su fútbol no luce, esos que ponen su gusto predilecto y selectivo por Parque Patricios o el Sur del Gran Buenos Aires. Desde el gol de Moralez hasta el final, Vélez aplastó definitivamente a Newell’s con un toque mortal, tanto que se llenó de vicio y no quiso liquidar aún más lo que ya estaba sentenciado.
Afuera hace mucho, mucho frío. Adentro el calor de la pasión velezana está más encendido y tentador que nunca.
Allá la goleada estaba confirmada. Acá todavía resuena el canto sagrado de los miles de hinchas fortineros que viven soñando con esta gloria que nos visita a menudo por las vitrinas del club y que vuelve a coquetear con los labios pintados.
Todo Vélez vive un sueño eterno y quiere despertarse campeón.
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio José Amalfitani).
De local y visitante. Acá o allá. Fuera o dentro. Como usted quiera decirlo mejor a su antojo. Este Vélez gana en cualquier cancha, aún cuando no juega en ella. Porque venía con toda la fe bien alimentada por el parate de Eliminatorias a este encuentro con Newell’s, pero el destino quiso que comience a resolver la cosa muy lejos del Amalfitani.
Allí, en el Viaducto de Sarandí, Arsenal hacía de las suyas y le arrancaba gritos de gol a un público velezano que estaba sediento de los propios, esos que no confirmados con las buenas nuevas que viajaban desde el Sur no se iban a demorar en llegar. Uno, dos, tres; la euforia de allá era tan nuestra acá que ya no importaba la distancia. Lógicamente, lo que si necesitaba este Vélez era la tranquilidad necesaria para liquidar acá, lo que se consumaba allá, lejos.
Porque lejos de inquietar cada grito de gol de arsenal con acento velezano, el equipo se tranquilizaba con el estallido de la gente en clara señal de que lo que sucedía en Sarandí era buena para todo Liniers. Entonces comenzó a pensar el juego este equipo de Ricardo Gareca, que la sabe lunga como desactivar los encuentros de esta calaña. En ese afán de llenarse de tranquilidad, aparecieron los Domínguez y Otamendi en el fondo; los Cubero y Zapata, en el medio; los Cristaldo, Moralez y López en la ofensiva. Todos madurando lo que tardó 39 minutos en llegar. Así, el grito de gol de allá encontró sustento acá; y ese grito sagrado se hizo tan nuestro, tan Vélez que ya no quedaban dudas del destino de una fecha que pinta linda, como la mejor mina del baile.
Allí, en un cambio de frente del juvenil Díaz (quien cubrió a la perfección la ausencia de Ponce) le ganó la espalda a todo el fondo leproso para habilitar a un Maxi Moralez que se escabulló en el área penal y que le dio un pase gol tan bueno a Rodrigo López, que hasta con pifia y molestado por el rival lo mandó al fondo de la red. Estallido de gargantas auténticamente velezanas. Sin otros motivos que los propios que brindaba un equipo sólido que sabe lo que quiere.
Desde ahí, el partido se volcó a favor del Fortín. Más cuando Bernardi se pasó de rosca en el reclamo al juez y vio la roja directa a poco del final de la primera parte. Bienvenido para Vélez que redondeó un primer tiempo con buenas luces y adornado con doble ración de frutilla al postre.
En el complemento se vio lo mejor de Vélez. Más tranquilo aún, se dio el gusto de ir de a poco a buscar el segundo gol; mientras que hacía lucir a cada uno de sus jugadores en un toqueteo infernal ante un equipo de Sensini que parecía no reaccionar nunca. Otamendi cortó todas, hasta las que no debía, ganándose ovaciones en medio del partido; palmas rojas y de pie para este gran jugador de Vélez que ya se proyecta internacionalmente con la selección. Zapata se desdobló en la marca y en la recuperación, confirmando definitivamente su condición de líder. Y si de líderes hablamos, qué decir del Poroto Cubero. Fabián entró al campo de juego al límite de amarillas y poco lo importó perderse tal vez el encuentro ante Lanús, porque no le hizo falta preocuparse; hizo un gran partido, el mejor de su producción personal en el campeonato. Maxi Moralez que demostró que este parate le vino más que bien para ser nuevamente la manija futbolística que Gareca necesita, y garabateó tantas veces quiso con la redonda. Papa fue y vino, tocó y jugó. Idem para Díaz. Razzotti se adueñó de todas y buscó el toque simple. Todos tan sincronizados y compenetrados hasta disfrutando del partido, que hasta pasó inadvertido el segundo tanto de la noche ya.
Maximiliano Moralez capturó una pelota mal rechazada por Rolando Schiavi dentro del área y no tuvo más que mover su cintura para despistar a Peratta y poner el balón tan alto dentro del arco como lo puso a Vélez en la cima del campeonato, a tan poco margen de la locura total.
Después, hasta este equipo se dio el gusto de pegarle un cachetazo a esos que dicen que su fútbol no luce, esos que ponen su gusto predilecto y selectivo por Parque Patricios o el Sur del Gran Buenos Aires. Desde el gol de Moralez hasta el final, Vélez aplastó definitivamente a Newell’s con un toque mortal, tanto que se llenó de vicio y no quiso liquidar aún más lo que ya estaba sentenciado.
Afuera hace mucho, mucho frío. Adentro el calor de la pasión velezana está más encendido y tentador que nunca.
Allá la goleada estaba confirmada. Acá todavía resuena el canto sagrado de los miles de hinchas fortineros que viven soñando con esta gloria que nos visita a menudo por las vitrinas del club y que vuelve a coquetear con los labios pintados.
Todo Vélez vive un sueño eterno y quiere despertarse campeón.
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