Buenos Aires, Domingo 29 de agosto de 2010.
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio Alberto J Armando)
Sin dudas que es un estigma, una marca que parece ser imborrable y que ve luz cada vez que la suerte de Vélez en un torneo saca boleto rumbo a La Boca. La estadística no falla, no miente. Sin embrago, es mucho más profunda la explicación de esta primera derrota del Fortín en el Torneo Apertura, para quedarse uno justificando la misma, en la racha nefasta en ese recinto.
Porque es verdad, a Vélez le cuesta horrores retirarse ganador de la Bombonera; mucho más si el Boca de turno al que enfrenta tiene a su entrenador tecleando en la cuerda floja del despido. Siempre se ha dado que el Xeneise se recupera justo cuando recibe al Fortín.
Porque sin dudas, este encuentro que brindaron ambos equipos durante la tarde soleada y fría de la cuarta fecha del Apertura no tuvo nada que ver a lo que se escribía en los papeles en la previa. Ni por un lado, ni por el otro. Las realidades dispares que mostraron ambos equipos desde el arranque del torneo doméstico hasta el desarrollo y final del juego, presentaban concordancia con lo que se veía de Vélez y de Boca durante las primeras fechas.
Lejos estuvo este Vélez desde el arranque, al equipo avasallante que aplastó a Independiente, al que le dio una buena lección a All Boys y al que laburó el partido ante Argentinos. Tan distante como este Boca que salió con una personalidad tremenda a disputar cada balón en cada rincón del estadio; como no lo hizo en Mendoza ante Godoy Cruz, como le faltó en su casa ante Racing; y ni que hablar de la pasada derrota ante All Boys en Parque Patricios.
Porque al equipo de Gareca le faltó juego, por sobre todas las cosas. Por eso Boca creció, independientemente de lo que produjo de por sí el equipo de Borghi. El Fortín no hizo pie en el terreno de juego y se sostenía con los manotazos de un Germán Montoya que en el inicio se hacía de goma para evitar la caída de su valla.
Muy poco entró en juego Maximiliano Moralez, a quien le faltó esa conexión fantástica con Juan Manuel Martínez, que también estuvo desconectado en una comunicación de sordomudos. Así fue más lo que Santiago Silva se peleó con el tridente central que puso Borghi en cancha, donde era presa fácil de los Cellay, los Caruzzo y los Insaurraldez. Fue poco lo que Emiliano Papa cruzó la mitad de cancha para hilvanar una beuna jugada de ataque; como tampoco pudo lastimar Augusto Fernández por derecha casi siempre maniatado por el tándem Giménez-Chávez. Fueron los impulsos eléctricos de Leandro Somoza y de Víctor Zapata los que marcaban tenue el pulso futbolístico del conjunto de Liniers.
Así de tanto ir y buscar, Boca se encontró con la ventaja en los pies de Sebastián Battaglia que estuvo en el lugar al que habitualmente merodean los goleadores. La empujó y desde allí comenzó a justificar la victoria del local. Porque Vélez nunca reaccionó, porque se debatía en la protesta contaste que le hizo ganarse varias amarillas y perder la cabeza al punto de no poder hilar juego en más de dos pases seguidos.
Lejos del cambio, el complemento se mostró igual que el primer acto. Vélez recogía las sobras de lo que deglutían los centrales de Boca en el afán de despejar el balón; y esas migajas resultaban siempre ser poco para saciar la hambruna de gol que presentaba el conjunto de Gareca. Ni siquiera el ingreso de Cristaldo por Augusto parecía inyectar desde lo anímico. Mucho más agravado cuando Viatri estiró la ventaja para Boca.
Gareca movió el banco y sacó a dos de sus generadores gastados hoy como Moralez y Martínez; para poner sangre fresca en los pies de Ricky Álvarez e Iván Bella. Y la transfusión pareció dar resultado. Porque a cinco del final, la reacción de Vélez se dio de la mano con el susto de un Boca que quería cerrar el triunfo que tanto le costaba conseguir en el torneo. En ese instante, Papa se soltó para cruzar la mitad de cancha para llegar hasta el fondo y despachar un centro teledirigido a la cabeza de un Santiago Silva que se sacó la mufa con un gol que casi no gritó para tratar de sacar rápido. Vélez encontraba el descuento y recuperaba la memoria. Porque en el final el partido sí tuvo mucho que ver con lo que se dijo en la semana. Vélez hostigaba y Boca rezaba. Una y otra vez se dilapidaban las situaciones del empate. Tanto que en la última bola de la tarde, Bella tiró el centro, Cristaldo lo peinó y el balón impactó en Viatri que lo desvió para meterle suspenso a un Lucchetti que desesperado se estiró para atraparlo.
Vélez reaccionó tarde y podía haberse llevado un premio fantástico de la Bombonera. Sin embargo, esta derrota no cambia lo que se decía antes. Vélez pudo haber estado distante desde lo futbolístico dentro del campo de juego pero es tan solo un encuentro el que se perdió. Obvio que duele y mucho, más por la forma; mucho más porque era la chance inmejorable para terminar de confirmarse como firme candidato.
No importa que te elogien, Vélez tiene que justificarlo dentro del campo de juego y tras esta tarde en La Boca, sus estigmas lo dejaron en deuda.
Carlos Alberto Martino
(Prensa Vélez Sarsfield – Estadio Alberto J Armando)
Sin dudas que es un estigma, una marca que parece ser imborrable y que ve luz cada vez que la suerte de Vélez en un torneo saca boleto rumbo a La Boca. La estadística no falla, no miente. Sin embrago, es mucho más profunda la explicación de esta primera derrota del Fortín en el Torneo Apertura, para quedarse uno justificando la misma, en la racha nefasta en ese recinto.
Porque es verdad, a Vélez le cuesta horrores retirarse ganador de la Bombonera; mucho más si el Boca de turno al que enfrenta tiene a su entrenador tecleando en la cuerda floja del despido. Siempre se ha dado que el Xeneise se recupera justo cuando recibe al Fortín.
Porque sin dudas, este encuentro que brindaron ambos equipos durante la tarde soleada y fría de la cuarta fecha del Apertura no tuvo nada que ver a lo que se escribía en los papeles en la previa. Ni por un lado, ni por el otro. Las realidades dispares que mostraron ambos equipos desde el arranque del torneo doméstico hasta el desarrollo y final del juego, presentaban concordancia con lo que se veía de Vélez y de Boca durante las primeras fechas.
Lejos estuvo este Vélez desde el arranque, al equipo avasallante que aplastó a Independiente, al que le dio una buena lección a All Boys y al que laburó el partido ante Argentinos. Tan distante como este Boca que salió con una personalidad tremenda a disputar cada balón en cada rincón del estadio; como no lo hizo en Mendoza ante Godoy Cruz, como le faltó en su casa ante Racing; y ni que hablar de la pasada derrota ante All Boys en Parque Patricios.
Porque al equipo de Gareca le faltó juego, por sobre todas las cosas. Por eso Boca creció, independientemente de lo que produjo de por sí el equipo de Borghi. El Fortín no hizo pie en el terreno de juego y se sostenía con los manotazos de un Germán Montoya que en el inicio se hacía de goma para evitar la caída de su valla.
Muy poco entró en juego Maximiliano Moralez, a quien le faltó esa conexión fantástica con Juan Manuel Martínez, que también estuvo desconectado en una comunicación de sordomudos. Así fue más lo que Santiago Silva se peleó con el tridente central que puso Borghi en cancha, donde era presa fácil de los Cellay, los Caruzzo y los Insaurraldez. Fue poco lo que Emiliano Papa cruzó la mitad de cancha para hilvanar una beuna jugada de ataque; como tampoco pudo lastimar Augusto Fernández por derecha casi siempre maniatado por el tándem Giménez-Chávez. Fueron los impulsos eléctricos de Leandro Somoza y de Víctor Zapata los que marcaban tenue el pulso futbolístico del conjunto de Liniers.
Así de tanto ir y buscar, Boca se encontró con la ventaja en los pies de Sebastián Battaglia que estuvo en el lugar al que habitualmente merodean los goleadores. La empujó y desde allí comenzó a justificar la victoria del local. Porque Vélez nunca reaccionó, porque se debatía en la protesta contaste que le hizo ganarse varias amarillas y perder la cabeza al punto de no poder hilar juego en más de dos pases seguidos.
Lejos del cambio, el complemento se mostró igual que el primer acto. Vélez recogía las sobras de lo que deglutían los centrales de Boca en el afán de despejar el balón; y esas migajas resultaban siempre ser poco para saciar la hambruna de gol que presentaba el conjunto de Gareca. Ni siquiera el ingreso de Cristaldo por Augusto parecía inyectar desde lo anímico. Mucho más agravado cuando Viatri estiró la ventaja para Boca.
Gareca movió el banco y sacó a dos de sus generadores gastados hoy como Moralez y Martínez; para poner sangre fresca en los pies de Ricky Álvarez e Iván Bella. Y la transfusión pareció dar resultado. Porque a cinco del final, la reacción de Vélez se dio de la mano con el susto de un Boca que quería cerrar el triunfo que tanto le costaba conseguir en el torneo. En ese instante, Papa se soltó para cruzar la mitad de cancha para llegar hasta el fondo y despachar un centro teledirigido a la cabeza de un Santiago Silva que se sacó la mufa con un gol que casi no gritó para tratar de sacar rápido. Vélez encontraba el descuento y recuperaba la memoria. Porque en el final el partido sí tuvo mucho que ver con lo que se dijo en la semana. Vélez hostigaba y Boca rezaba. Una y otra vez se dilapidaban las situaciones del empate. Tanto que en la última bola de la tarde, Bella tiró el centro, Cristaldo lo peinó y el balón impactó en Viatri que lo desvió para meterle suspenso a un Lucchetti que desesperado se estiró para atraparlo.
Vélez reaccionó tarde y podía haberse llevado un premio fantástico de la Bombonera. Sin embargo, esta derrota no cambia lo que se decía antes. Vélez pudo haber estado distante desde lo futbolístico dentro del campo de juego pero es tan solo un encuentro el que se perdió. Obvio que duele y mucho, más por la forma; mucho más porque era la chance inmejorable para terminar de confirmarse como firme candidato.
No importa que te elogien, Vélez tiene que justificarlo dentro del campo de juego y tras esta tarde en La Boca, sus estigmas lo dejaron en deuda.
Carlos Alberto Martino
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