¿Que el gol de Eduardo Domínguez de cabeza era lícito? ¿Que Larrivey le cometió infracción a Monzón en la jugada previa al gol? ¿Que Araujo se tendría que haber ido expulsado si le sacaban la primera amarilla tras la infracción del penal? ¿Y que Arano le hizo otro penal a Cubero? Que el nivel de Brazenas haya estado lejos, lejísimos, del que Vélez y Huracán mostraron a lo largo del torneo no empaña en nada el título que el equipo de Ricardo Gareca supo conseguir con el corazón.Con solidez y efectividad. Con orden y versatilidad. Con garra y con fútbol. Y a veces con más dosis de una cosa que de otra, como esta tarde en la gran final, pero siempre fiel a un camino. A esa identidad que Gareca supo construir a partir de una base riquísima, mezcla de pibes cracks, jugadores experimentados y refuerzos premium. Y así como el Huracán sensación tuvo su idea clara, romántica, rompecorazones, también Vélez siempre supo cómo conseguir lo suyo con solidez y chispazos de talento.Pero, sin embargo, el Fortín estuvo a menos de diez minutos de quedarse con las manos vacías. Porque la tarde venía dura como piedra, y no sólo por el granizo que obligó a una suspensión, sino porque los caminos al gol estaban cerrados. Ni el goleador, de penal, había podido abrir el partido porque Monzón mandó la bola al córner con una estirada de campeón. Pero, en la confusión, en la lucha, en el pierna a pierna, Vélez siguió buscando lo suyo y enredando a un rival que nunca pudo desplegar el juego que lo distinguió.Las finales, que no responden ni a lógica ni antecedentes, se ganan. Y Vélez, como a lo largo del torneo, ganó. Tal vez ahí, en esa regularidad, en ese único partido perdido (Gimnasia en La Plata) y en esa valla menos vencida con apenas 13 goles, se encuentren las razones principales de un campeón que, por supuesto, en nada opaca los brillos del segundo.
Fuente: Diario Ole.-
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