Un equipo puede ser un tractorcito, como suelen decir los técnicos. Pero Vélez, este perseguidor furtivo de Estudiantes, más que un tractorcito es un temible Panzer. Ese primer tiempo fatal en el que Tigre se vio agobiado por esa polenta que caracteriza al ataque de los de Gareca, lo demostró. El Fortín te atosiga, te persigue, te encuentra y te pone: ¡Pum!
Con un Silva que pivotea y aguanta bien todo lo que le llega con su fuerza física privilegiada. Con un Martínez desequilibrante que parece unido a él por naturaleza. Con un Maxi Moralez que agrega verticalidad cuando es necesario y paciencia cuando las revoluciones de un equipo acostumbrado a ser agresivo se pasan de la raya. Con un Augusto Fernández vivo para pasar al ataque. Con Zapata y Somoza tan incisivos para buscar a los delanteros a la hora de pensar en el arco de enfrente, como erosivos para desgastar a los rivales con la marca.
Ante esto, los de Caruso Lombardi sólo tuvieron un rinconcito para moverse: de Islas hasta el círculo central. Incluso Román Martínez, el encargado de hacer que Tigre mire más allá de la mitad de la cancha, sufrió esa asfixia. Así, con los volantes tan retrasados, Stracquialursi y Simón se vieron solos en la noche del Amalfitani. Tuvieron que luchar hasta ellos mismos para codearse con Domínguez y Ortiz. El único recurso para lastimar fue la pelota parada, clásica en el repertorio de Caruso. Por ella, Echeverría casi empata cuando Vélez había creado un sinfín de situaciones de gol. Y por ella, los de Gareca sufrieron en el final con el descuento de Castaño.
El 1-0 le quedaba corto al partido. Vélez pudo haber ampliado con un mano a mano increíble que se perdió Silva, con un palo de Augusto Fernández, con otra contra bien administrada por el ex River y mal terminada por el uruguayo... Se negaba, no llegaba ese segundo grito que diera tranquilidad a un Vélez que se cansó de regalarle córners a su rival sabiendo que éste se relamía con una aproximación, por más mínima que fuera, a Barovero.
En un penal tonto de Galmarini (se fue expulsado) apareció el respiro que faltaba. El Pelado le cedió el remate, la metió el Burrito, festejó con él y ambos se vieron goleadores del campeonato. Eso tiene Vélez: hombres de área potentes y devastadores. Algo que en la vereda de enfrente se sufre, con la Gata Fernández arreglándoselas como puede, en Vélez sobra. Por eso pelea el campeonato. Siempre con sus dos optimistas del gol.
Fuente: Diario Olé.-
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