Titulaban los diarios deportivos en aquellos días... “Cada vez más grandes: Vélez Campeón del Clausura”. Una marca que ya rozaba la costumbre y la cotidianeidad del regocijo del festejo recurrente por las cercanías del barrio de Liniers, por toda Capital, en todo el país y muchas partes del mundo. Porque el nombre de Vélez Sársfield recorría latitudes y hemisferios futbolísticos en cuialquier parte del mundo, construído por esa sumatoria de preseas que el Club, que el hincha luce radiante en su pecho con forma de estrellas.
El 28 de agosto de 1997, comenzaba en Vélez una nueva etapa grande de la mano de un hombre que venía de tierras aztecas. Un hombre de ideales futbolísticos renovados, con esos aires en ideologías tácticas revolucionarias. Marcelo Bielsa, un hombre de credenciales basadas y solidificadas en la transparencia y el trabajo. Recibía a un equipo acostumbrado a un estilo de trabajo que los había colocado en la marquesinas del fútbol mundial. Un gran desafío para todos. Para el flamante Técnico. Para los consagrados jugadores.
El arranque, el primer semestre no fue feliz. Vélez se ubicaba cuarto en el torneo apertura de ese año y alternaba entre más malas que buenas. Los nuevos conceptos tácticos chocaban imprudentes contra la fría y acogedora realidad de los resultados y logros. Rumores, idas y venidas, vueltas del destino. Esas vueltas y ese trabajo a largo plazo que caracteriza a esta Institución llevar a acallar voces y a prolongar la confianza al trabajo por un tiempo más.
Así la vergüenza que sintió por esos días Bielsa se transformó en promesa para conseguir lo que él y todo finalmente buscaban.
“Es mentira que los técnicos deban adecuarse a sus jugadores. El orgullo de los entrenadores no les permite ceder y siempre piensan en imponer sus conceptos”. Fiel a su estilo. Firme en su ideal.
“Sin la adhesión de los jugadores no hay esquema que sirva”, explicaba por esos días Marcelo. Y esa adherencia de la que hacía mención comenzó a funcionar no solo dentro del campo de juego, sino también en la banca, en la tribuna, en las oficinas del club. Allí se enterraban esos choques duros con los históricos del plantel y comenzaba a escribirse nuevamente la historia, como un juego de palabras predilecto de un caprichoso escritor de fútbol.
Debut en Liniers frente a Racing con victoria y con la participación en la red de dos de las principales figuras de ese torneo: Patricio Alejandro Camps y Martín Andrés Posse. Los pequeños en el ataque del Fortín se las ingeniaban para romper cualquier defensa con sus goles y entrega. Y así llegaban triunfos importantísimos. En la Bombonera, en Jujuy, en Rosario, en La Plata, en Liniers; en donde sea se hacía fuerte y ganaba y gustaba y goleaba. Cualidades de un equipo que se sostenía con un magistral José Luis Félix Chilavert; la solidez y prestancia del capitán Mauricio Pellegrino y Víctor Hugo Sotomayor; la fiereza de Flavio Zandoná; el timming del Pacha Cardozo; el hambre de Claudio Husaín y Carlos Compagnucci; la clase y el amor propio de Christian Bassedas; y en el ataque la raza goleadora del Beto Camps y la velocidad astuta del Cholito Posse. Cabeceando infinitas veces el balón para introducirlo dentro del arco frente a Colón. Para meter su primer grito para un chiquilín Lucas Castromán enmudeciendo una Bombonera repleta. Elevándose hasta lo más alto para acariciar con la cabeza la redonda haciéndola inalcanzable a los manotazos indefensos de un arquero para desatar la locura. Una nueva locura sostenida desde las cercanías a la línea de cal, con ese andar nervioso y pulsante. Una locura que tendría un vuelo extra en la cuidad de las diagonales con el fruto de las inferiores del club poniéndole la frutilla al postre delicioso de la victoria.
“No es un revancha. Estoy feliz, pero el campeón es el mejor solo por un rato. Creo que la clave fue que este plantel es duro mentalmente”, reconocía por esa época Marcelo Bielsa en el vestuario ganador. Ese mismo pensamiento que hoy quizás lo tiene refugiado en su caprichosa locura, donde sueña con canchas de fútbol y con imágenes del balompié. En donde seguramente, ese recuerdo de una nueva estrella con forma de V azul lo visita cada tanto.
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